Han recorrido el país. Miles de mujeres los protagonizan cada año. Silenciados por los grandes medios, crecieron hasta las 20.000 reunidas e hicieron crecer el movimiento de mujeres en la Argentina. Son mucho más que una piedra en el zapato de los gobiernos y los sectores reaccionarios de la Iglesia y hasta ahora nadie logró romperlos. ¿Qué tienen los Encuentros para todo esto?
“El primer Encuentro de Mujeres al que voy es el de Chaco (1998). Yo ni sabía lo que era un taller, no entendía para qué estaba en tal o cual lugar, me senté en el micro con la misma gente con la que había vendido rifas y tortas para ir; lo que me decían que hiciera yo hacía, estaba mal, era un ente. Yo fui al Encuentro como con un casco de moto, y me lo martillaron: se estalló el casco. Y me dije `¿cómo puede ser?´ Porque yo no fui a un solo taller, fui puerta por puerta y en cada uno no hablaba, pero podía participar escuchando. Lo que yo escuchaba era como ver la vida parada en otro lugar de la habitación, ¿viste cómo te cambia la óptica, cómo te cambia la luz cuando amanece, y cuando el sol está arriba? Era otra vida.”
Así habla María F., desgrana informalmente su historia, como una más de las conversaciones que tienen lugar en las 18 horas que tarda el micro desde Tucumán, donde acaba de finalizar el 24º Encuentro, hasta Buenos Aires. Con padres alcohólicos, embarazo adolescente de un novio del que se estaba separando, se casó con una pareja 14 años mayor, con otra compulsión: el juego. En la vorágine de esa adicción se fueron perdiendo empleos y viviendas, hasta tocar la marginalidad y recalar finalmente, con dos niños pequeños, en un edificio semiocupado y semidestruido. María era el sostén económico y afectivo de la familia. Tejía, cuidaba chicos, cocinaba y vendía pan, trasladaba y subía cuatro pisos la garrafa para cocinar, administraba la miseria y no paraba un minuto. Con garra protegía una vida digna para sus hijos, y seguía luchando por “cambiar” a un marido a quien “quería”. “Volví del Chaco fortalecida, con lo que había escuchado, con las posibilidades que sentía que tenía, con la ilusión del trabajo que, charlando, me había ofrecido alguien en el viaje, con empezar a estudiar… yo cuidaba a una nena y entraba a las 8; llegué 8 menos cuarto, me acosté al lado de él en la cama y le dije: ‘Llegué de Chaco, escucháme bien lo que voy a decir: voy a empezar el Magisterio. En tres años, si no cambiaste, te vas de esta casa. Te doy tres años’. Fue como la luz en mi vida. No, como el arco iris. Después vino el viaje a Bariloche, era como que mi cabeza empezó a abrirse de a poco.”
La historia que pertenece a María F. comparte con otras miles la suma de sufrimientos y la opresión de género. El relato de su experiencia muestra cómo se prolongan los Encuentros en el viaje de vuelta. Y cómo esos tres días por año van mucho más allá, enraizados en la vida de cada una de las participantes. Como siempre decía una de sus grandes defensoras, María Conti, y se volvió a repetir en 2009 en Tucumán: “Algo cambia en cada mujer que participa”.
¿Qué tienen los Encuentros Nacionales de Mujeres para constituirse en esta experiencia, única en el mundo? ¿Qué los mantiene vivos y creciendo desde hace ya 24 años? ¿Qué hace que miles, a pesar de las distancias, la falta de recursos, la crisis, concurran desafiando el mandato de que las mujeres deben quedarse en casa cuidando a “su” familia? ¿Cómo es posible que se conozcan y convoquen, cuando los grandes medios de comunicación los han silenciado durante todos estos años?
Haciendo historia
Tal vez, para reconocer el camino realizado por los Encuentros, convenga recordar cuáles fueron sus orígenes. Allá por 1985, un grupo de argentinas que participaron del Foro de Organismos no Gubernamentales en Nairobi, Kenia, durante la clausura de la Década de la Mujer (julio de 1985), volvieron impactadas por las injusticias relatadas, en especial por mujeres de Asia, África y América Latina. “En casi todos los casos expuestos, la subordinación de la mujer –por momentos rayana en la esclavitud – fue el común denominador. El recuerdo de este hecho, sumado a la realidad constatada en nuestro país de la ausencia casi total de mujeres en las listas de los distintos partidos políticos sin la posibilidad de acceder a funciones de importancia y de decisión, fue el detonante”, cuentan en la publicación final del Primer Encuentro (o “Librito del Encuentro”, en adelante: LE1).
La iniciativa prendió rápidamente, abonada por múltiples factores. Tuvo como marco el desarrollo a nivel mundial de los temas relacionados con la mujer, a partir del Decenio de la Mujer 1975/1985 de Naciones Unidas. Se alimentó de las experiencias de los Encuentros Feministas Latinoamericanos, realizados en 1981 en Bogotá, en 1983 en Lima y en 1985 en Bertioga. En éstos se afirmaron dos principios clave en la posterior historia de nuestros Encuentros: la autonomía y el funcionamiento en talleres.
Y empalmó con la tradición de lucha de las mujeres argentinas. Por esos años, recién salidos de la dictadura, el ejemplo de las Madres de Plaza de Mayo era un hito, dentro de una historia donde muchas mujeres resistieron y lucharon contra el genocidio y la opresión, hermanándose con silenciadas y anónimas heroínas que batallaron desde las guerras de la independencia. Las mujeres argentinas fueron pioneras en la defensa de los derechos específicos: los 8 de marzo, como Día Internacional de la Mujer Trabajadora, fueron conmemorados aquí desde 1923 por mujeres socialistas y comunistas. Las feministas fueron más tarde avanzada en la denuncia de la violencia de género.
Por último, otras razones más puntuales agitaban a las mujeres y alentaron la concreción del primer Encuentro: 1985 fue un año electoral, y la presencia femenina en las listas era escasísima. Año del Plan Austral, de cierre de fábricas y despidos, un grupo de mujeres habían llegado hasta la Plaza de Mayo de Buenos Aires instalándose con una huelga de hambre: eran las esposas de los obreros de Ford, los que ocuparon la planta durante 18 días. Eran tiempos, también, del alfonsinismo en el gobierno y su proyecto del “tercer movimiento histórico”, detrás del cual pensaba incorporar a las mujeres.
Apenas salidos de la dictadura, en 1984, se había constituido en Buenos Aires la Multisectorial de la Mujer, que reunía a mujeres de distintos partidos políticos, gremios, agrupaciones feministas, amas de casa, profesionales, en el trabajo por reivindicaciones específicas. Convocaba los 8 de marzo a un gran acto en Congreso, con entrega de petitorio a los legisladores. Entre otras campañas, peleaba entonces por la modificación de la patria potestad, que excluía a las mujeres. Muchas de esas mujeres en la Multisectorial van a ser las primeras autoconvocadas, que se constituyen en “Comisión Promotora del Encuentro”. Había entre ellas radicales, feministas, peronistas, socialistas, comunistas revolucionarias, comunistas, mujeres de organizaciones de derechos humanos, católicas, conservadoras populares, desarrollistas.
El Primer Encuentro Nacional de Mujeres se realiza los días 23, 24 y 25 de mayo de 1986, en dependencias del Centro Cultural San Martín, en Capital Federal. Su organización demandó, cifra simbólica, 9 meses. Al momento de la apertura la ciudad era un caos: dos actos políticos, huelga de taxis, inconvenientes en el transporte. No obstante, mil mujeres participaron del evento. Muchas de ellas llegaron de distintas provincias del país, y algunas vinieron del exterior.
Las jornadas fueron un éxito; pero esas 43 pioneras que convocaron el primero lograron algo que iba mucho más allá: establecieron bases de funcionamiento clave que hicieron posible la continuación de los Encuentros hasta hoy.
El “espíritu” que les dio cuerpo
Si releemos el “librito” del primer Encuentro, vemos repetirse las palabras “alegría”, “entusiasmo”, “esperanza”, “respeto”. Como corresponde al lenguaje de las mujeres, sentimientos e ideas no están escindidos: esas palabras reflejan también una propuesta de trabajo y un modo de encararlo. Esa primera comisión organizadora establece pautas de funcionamiento para estos Encuentros: serán autoconvocados, autónomos, plurales y horizontales, federales y profundamente democráticos.
“La autoconvocatoria fue realizada poco a poco y con gran esfuerzo, en todos los niveles sociales y culturales, por esta primitiva comisión y las mujeres que se fueron acercando (…) Todo se fue concretando con una absoluta horizontalidad y con abstención de cualquier representación. Fue una decisión unánime de las organizadoras, trabajar sin una estructura de mando”, explican en LE1. Esa comisión se articuló en comisiones de trabajo y plenarios generales, siendo solamente estos últimos resolutivos. Esta forma permitió que durante 24 años, en cada una de las provincias del país donde se hicieron los Encuentros, decenas de mujeres, de las más heterogéneas características, participaran, aprendieran y crecieran con su organización. Una organización que supone convocar; elaborar el programa; conseguir lugares donde funcionar, alojamientos y comida; buscar recursos económicos; tramitar la declaración de interés nacional, provincial y municipal para facilitar la asistencia; organizar la apertura, talleres, actividades, peña, marcha y cierre; velar por el funcionamiento de las jornadas… ¡todo esto para un evento que ha reunido hasta más de 20.000! Todas las Comisiones salieron airosas.
Desde el principio, también, las mujeres defendieron a capa y espada la autonomía, con una regla de oro: no aceptar ningún tipo de ayuda que suponga condicionamiento.
Víctimas predilectas del vaciamiento que en esta sociedad sufren las palabras, buscaron que pluralidad, horizontalidad y democracia no fueran meras declamaciones, y eligieron como forma de funcionamiento los talleres. “Nos comprometimos a no crear situaciones en las que una persona hablara y las demás tuvieran que escuchar” (LE1, palabras de apertura). En los talleres, el “corazón” de los Encuentros, todas tienen por igual derecho a la palabra: no hay jerarquía, condición social, fama, título, militancia o edad que otorgue ningún privilegio en su uso. Cada una, además, habla por su propia voz: no representa ni es representada”. “Aquí hemos estado presentes mujeres de diferentes sectores políticos, de diferentes sectores sociales. (…) Pero hemos estado todas a título individual, hablando con nuestra propia voz” (LE1, palabras de clausura).
“Aquí se han expresado opiniones, ideas y puntos de vista diferentes (…) El mismo hecho de que las conclusiones no sean generales del Encuentro, sino conclusiones propias o síntesis propias porque en algunos casos no se trata de conclusiones sino de reflexiones respecto a determinados temas propios de cada taller, es una expresión de respeto a la no imposición de conclusiones únicas de una mayoría, cuando esas conclusiones únicas no existen” (LE1, Palabras de clausura). Por eso, en los talleres no se vota: las conclusiones registran las opiniones consensuadas y las otras.
También en esa primera vez quedaba derribada la barrera entre vida privada y pública, entre problemas específicos y políticos, con que se suele frenar la lucha de las mujeres: “El paso de la vida doméstica, entendida como el lugar exclusivo asignado a las mujeres, a la acción y la organización; la comprensión de que la política no es únicamente el campo de lo público sino que también abarca el campo de lo privado, es algo que ha surgido como una resultante sumamente clara de algunas de las conclusiones de este Encuentro, y que tiene mucho que ver con nuestra vida de mujeres” (LE1, palabras de cierre).
La continuidad y el federalismo eran entonces una propuesta: “… que éste no sea un cierre, en el sentido estricto de la palabra, sino la apertura de nuevos Encuentros en todas las provincias del interior del país” (LE1). Sueño cumplido, el federalismo amplió la cantidad pero también la calidad de la participación: en los Encuentros tienen voz las mujeres de todo el país y, a través de ellas, las realidades, problemáticas y luchas que lo recorren. Ratificándolo, desde el VII Encuentro, celebrado en 1992 en Neuquén, se agregó “la marcha”: cuadras y cuadras de mujeres de todas las edades conforman un conjunto colorido y heterogéneo, que acompañado de cantos, consignas, alegría y entusiasmo desocultan en cada ciudad el evento que las reúne, los temas que las preocupan y el espíritu de lucha.
La esperanza y el cambio
Insistir en el “espíritu” de los Encuentros equivale a defender una forma fructífera que encontraron las mujeres en la Argentina para hacer crecer su movimiento. No invalida el reconocimiento de los cambios que se produjeron a lo largo de estos 24 años, ni tampoco la necesidad de seguir produciéndolos, en el desarrollo de esta herramienta de lucha.
En lo que va del primer Encuentro aquí, se ampliaron los talleres no sólo por el número de participantes sino también por las temáticas que tocan. Algunos, como los de trata, tienen que ver con problemas que se han agudizado vertiginosamente en los últimos años. Durante este tiempo, también, miles de mujeres que las primeras veces permanecían calladas, se convirtieron en militantes por las reivindicaciones de género. Miles descubrieron que la situación de opresión en su vida cotidiana no es un destino, y empezaron a llevar lo individual al plano de lo colectivo, para reconocer causas sociales y políticas. Viceversa: muchas que centraron sus primeras batallas en el terreno político, fueron descubriendo una problemática específica.
Los Encuentros reflejaron durante estos años el impetuoso crecimiento de la participación de las mujeres en las luchas de género y, sobre todo, sociales, que recorrieron nuestro país, y a su vez convalidaron y ayudaron a ese crecimiento.
María F., nuestra relatora inicial, es un buen ejemplo para concluir esta nota. María cuenta que siguió y terminó sus estudios, que finalmente se separó de su marido, que en 2001 fue piquetera. “Quemaba gomas, pero a mis hijos no les faltó un plato de comida. Yo iba a los Encuentros y me inyectaba de energía, porque en los talleres de organización barrial, por ejemplo, veía lo que hacían las mujeres y era ejemplar. Yo les enseñaba a hacer 40 milanesas de soja con dos mangos, y ellas me enseñaban a vivir con dos mangos, con dignidad y con alegría.”
Hoy María tiene trabajo, sigue una carrera terciaria, se incorporó a una militancia social, está orgullosa de sus jóvenes hijos y rearma su vida afectiva. “El Encuentro de Mujeres, para mí, fue el encuentro con la mujer que soy: ellas te permiten encontrarte. Porque vos ves la valentía de otras; porque mi historia no es la única, hay cientos, y cuando uno tiene esta mirada, empezás a ver en los ojos de otras mujeres. Por eso yo lo cuento con tanta apertura, porque es esperanzador, es decir: se puede. Es lo más sano que te puede pasar: que una tenga la esperanza de que algo pueda cambiar”.
Por Pilar Sánchez
Nota completa: Revista La Marea N° 33. Año 16, Verano 2009 - 2010. ISSN 1851 - 613
No hay comentarios:
Publicar un comentario